Después de lograr un premio en el Festival de Málaga, participar en el D’A de Barcelona y clausurar el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia, la película Nina, de Andrea Jaurrieta, llegará este viernes a las salas comerciales. Se trata de un western vasco y feminista sobre el abuso de poder, protagonizado por Patricia López Arnaiz y que cuenta con Iñigo Aranburu en el papel de Blas, amigo de la infancia del personaje principal. Aranburu cuenta que tiene la agenda repleta para los próximos meses, se encuentra rodando Karmele, dirigida por Asier Altuna, y tiene en cartel la obra de teatro Ez naiz inoiz Dublinen egon. Además, prepara un nuevo papel para otra obra de teatro que se estrenará en septiembre.

En ‘Nina’, de Andrea Jaurrieta, usted interpreta a Blas, un viejo amigo de la infancia de la protagonista a la que da vida Patricia López Arnaiz. ¿Cómo accedió al papel?

Con un casting normal y corriente. Lo gracioso es que fui la primera persona en hacer la prueba para Blas. A Andrea le gusta contar que la cámara se estropeó y que me tuvo que grabar con el móvil. Cuando empezó a hacer la selección de entre todas las pruebas que había visto, se acordó de mí, porque le había gustado pero las imágenes no eran lo suficientemente buenas para comprobarlo. Me llamaron para un segundo casting, ya con Patricia, y Andrea empezó a emocionarse. Al día siguiente me llamaron para decirme que el papel era mío.

Por lo que cuenta, la química con Patricia López Arnaiz surgió en el propio casting.

Patricia y yo habíamos coincidido en el rodaje de Apagón, de Movistar Plus, pero es verdad que en el casting de Nina conectamos más. La relación que tenemos ahora es mucho más de amistad.

¿Qué le interesó del proyecto de Jaurrieta?

Me interesó el hecho de que fuera un western femenino contemporáneo. En este contexto, Blas es el personaje seguidor. Se giran los papeles y el hombre ya no es el protagonista y la chica la acompañante. Es al revés. Por otro lado, lo que me interesaba del personaje de Blas es que tiene una masculinidad que, seguramente, no se ve mucho en el cine: un personaje secundario hombre, muy cobarde, muy sensible, cuidador, que está pendiente de su hijo y que también intenta cuidar de Nina.

Otro de los grandes atractivos del casting es la presencia de Darío Grandinetti, si bien es cierto que no comparte usted ninguna escena con el argentino.

Ha sido un placer conocerle y nos hemos quedado con las ganas de trabajar juntos en el futuro.

La película habla sobre los abusos de poder, algo que se ha dado mucho en la industria del cine y que no se puso bajo el foco hasta la llegada y las denuncias del MeToo.

No es por quitar el foco del cine, pero tengo la sensación de que, por desgracia, en todos los ámbitos en los hombres que tienen poder, en un porcentaje más alto del que pensamos, abusan de ese poder. Ha saltado en la industria del cine y está bien, pero creo que este problema es estructural. En todas partes donde hay un poco de poder, por desgracia, el género masculino tiende a aprovecharse de él.

El personaje de Blas en ‘Nina’ simboliza el silencio cómplice de un pueblo de que sabía que se daban esos abusos pero que no hizo ni dijo nada.

Exacto. En la película se sugieren varias ideas como “¿Qué podía hacer yo?” o “Todo el mundo lo sabía...”. Existe mucha cobardía en ser el primero en romper ese silencio. Personalmente, creo que hoy en día se juzga mucho, pero para juzgar ya están otros, que estaría muy bien que juzgasen bien. Lo que nos toca como ciudadanos es escuchar a la gente que dice que le está pasando algo y acompañarles en lo que se pueda.

¿Se debe dar a conocer un abuso que se conoce si la víctima no lo ha denunciado?

Si la víctima no dice nada, puedes animarla a que denuncie. Pero es verdad que si la víctima no dice nada, poco más puedes hacer. Incluso puede que sea la víctima la que no quiera que hagas nada; es una cuestión peliaguda. Eso sí, en el momento que la víctima levanta la mano, el mundo se tiene que parar para escucharla y acompañarla en lo que necesite.

‘Nina’ pasó por el Festival de Málaga, por el D’A de Barcelona y clausuró el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia. Y, además, han hecho varios preestrenos antes del estreno oficial que será este viernes. Ya no quedarán nervios, ¿no?

No, nervios no hay. En mi caso, cuando veo la película por primera vez, los nervios están muy centrados en mí. Es muy típico de los actores que, cuando ven la película por primera vez, solo se ven a sí mismos. Una vez vista, no es como en el teatro que dependes del momento, la película ya está hecha y si te gusta, como es el caso, voy tranquilo a todas partes. Evidentemente quieres que el público opine cosas bonitas, pero si tú estás contento con tu trabajo y con la película, las opiniones todas son bienvenidas, pero ya está. Estoy muy tranquilo y orgulloso con Nina.

El refrendo de la crítica, al menos, lo tienen. Ahí está el premio de Málaga.

De Málaga me quedo con cómo nos recibieron con un aplauso. A partir de ahí, al ver a los críticos comentando la película y haciendo preguntas, te dabas cuenta de que todo lo que quería transmitir Andrea les había llegado como ella quería que les llegase.

Han hecho un circuito de preestrenos bastante largo...

Hoy iremos a Madrid y el jueves se exhibirá en Pamplona. También la proyectamos en Gasteiz con la presencia de Andrea y Patricia. En Valladolid y Canarias pudo verse también. Se está movimiento mucho.

Desde que le vimos en ‘Handia’ en 2017 como el promotor de la gira del Gigante de Altzo hasta ahora que participa en el rodaje ‘Karmele’ de Asier Altuna, le hemos visto en varias películas importantes a nivel del Estado y también en producciones vascas. ¿Cómo ve la salud del cine vasco?

La veo bien. Recuerdo que cuando se presentó Handia en el Zinemaldia, o cuando lo hizo Loreak en 2014, se hablaba del cine vasco con cierta pereza. Hoy en día ya no es así, por parte del público hay un respeto. Hay mucha industria, muchos equipos artísticos y técnicos, y gente muy preparada. Ahora, además, me hace mucha gracia y me gusta ver cómo producciones de fuera vienen a grabar aquí gracias a las ayudas fiscales. Por ejemplo, hemos rodado una película sobre la vida de Gila en Durango y en un bosque cercano. Me parece estupendo y maravilloso, pero no deja de hacerme gracia.

Parece que el debate sobre la viabilidad de ser actor nunca va a desaparecer.

Siempre ha sido complicado. La vocación va por delante, pero seguramente no hay trabajo para todos. Ahora mismo estoy trabajando, pero puede que dentro de dos meses ya no lo esté y tarde mucho en volver a hacerlo. Hay vocación y muchas ganas, pero no hay espacio para todos. Por lo menos estamos en un momento en el que hay mucho trabajo, aunque nunca será para todos, y hay que aprovecharlo y disfrutarlo.

Que haya una industria también favorecerá la aparición de nuevos actores.

Eso ayuda a que haya cantera, pero una de nuestras reivindicaciones siempre ha sido que ETB haga más ficciones para televisión. Está haciendo mucho cine, y eso está genial, pero echamos de menos más ficción en televisión. Todos los actores actuales pasamos en su día por Goenkale. No digo que haya que volver hacerla, pero sí diferentes propuestas. Hubo un momento, cuando ETB produjo tres series, Altsasu, Hondar Ahoak y Alardea,, que parecía que se iba a apostar por la ficción televisiva, pero quedó ahí. Sólo permanecen Goazen e Irabazi Arte, que se ruedan en un mes en verano a tope, y eso no da para generar mucha cantera.

El teatro también ha sido siempre caldo de cultivo para la cantera.

Claro. Pero a veces también cuesta. Insisto, hay mucha afición y pasión, pero no sé si hay espacio para todos.

Imagino que la alternativa para hacer viable el oficio de actor es compaginar muchos tipos de trabajo.

Siempre ha sido así y así será. Habrá actores que puedan vivir de una cosa o de la otra, pero en general todos estamos a lo que salga, también porque lo disfrutamos, tanto el cine como el teatro. Yo ahora estoy haciendo Ez naiz inoiz Dublinen egon con Tentazioa y no tiene nada que ver con haber rodado Nina o con Karmele. Cuando me preguntan qué prefiero, respondo que el cine tiene lo que tiene y el teatro lo mismo. No se trata de elegir, prefiero las dos.

¿Qué puede contar del rodaje de ‘Karmele’, de Asier Altuna?

Tiene un pintón increíble. He visto pruebas de cámara y pequeños fotogramas de los días en los que he rodado, y puedo decir que a nivel de vestuario, escenografía, peluquería es maravilloso y que te transporta a la década de los 30 y los 40. 

¿Qué papel hace en ‘Karmele’?

Interpreto a Olazabal, un exiliado vasco que vive en Caracas . Aparte de ser parte del entramado de espionaje que presenta la película, es el que recibe a la gente que llega desde Euskadi, como los protagonistas Txomin y Karmele, los introduce en el mundo vasco de Caracas.