Quién estuviera tan “profundamente enamorado” de alguien como para clamar al cielo, brazo en alto y con el puño cerrado, “¡Que se pare el mundo!”. No quiero frivolizar, de verdad. Yo mismo he necesitado detener mi vida cuando la situación me ha superado. No hay nada malo en ello. Es mejor hacerlo que acabar en el hoyo. Lo que ocurre es que cuando Sánchez interpela al corazoncito de cada uno de nosotros, no dejo de pensar que ese amor tan grande que siente no es por Begoña Gómez; es el que siente cuando se mira al espejo. Ojo, quién fuera tan guapo como para estar enamorado de uno mismo. Y eso, que yo me gusto bastante. Bueno, que Pedro el Guapo nos la ha vuelto a colar y reconozco que me genera sincera admiración. No por su calidad política: estoy seguro que si le prestase cinco euros acabaría haciéndome el lío y me llevaría a pensar que me los ha dejado él a mí. No, hablo de su capacidad para cambiar el marco de las cosas en la sociedad del meme. Nos ha convertido en rehenes del miedo a lo que vendrá. A todos, a sus socios de investidura y, por extensión, a todos aquellos que votamos a estos. Todos pendientes del pie con el que se levanta un hombre enamorado en Madrid y, mientras tanto, sin hacer nada, esperando a que llegue un lunes cualquiera.