Una semana después del inédito anuncio de Pedro Sánchez todo sigue donde estaba. Ni dimisión, ni elecciones, ni moción de confianza. Cinco días de tensión e incertidumbre para llegar a la conclusión de que la renuncia al cargo suponía una victoria de sus adversarios. El apoyo de su partido, que nunca puso en cuestión su liderazgo, y el riesgo a un Gobierno de derechas, que ahora mismo no es una posibilidad, han convencido al presidente.

Lo que en principio parecía una respuesta sincera y justificada de una persona a la que se ha tratado de desacreditar desde el primer día, que dudaba entre continuar o no al frente del Gobierno por el sacrificio personal y familiar que supone, ha derivado en un argumentario político propio de campaña electoral. Apelaciones a una regeneración democrática abstracta y denuncias de desinformación genéricas que de momento solo han servido para profundizar en una polarización que tan buen resultado le está dando al PSOE. Es el bien contra el mal. Pedro Sánchez o la extrema derecha.

Tiene razón el presidente del Gobierno cuando señala algunos problemas estructurales de la democracia española. Hay una polítización de la justicia y una justicia politizada. Medios digitales financiados con el único objetivo de la intoxicación informativa y un poder político, económico y mediático centralizado en Madrid que juega en favor de los intereses de la derecha y de su entorno.

Pero no son problemas nuevos, ni tampoco eran una prioridad para el Gobierno de España hace poco más de una semana. Lo son ahora como antes lo fue la convivencia en Catalunya para justificar la amnistía o lo fueron las políticas de igualdad, vivienda o memoria en función del contexto electoral. No hay por ahora propuestas definidas ni mayor autocrítica por parte de un PSOE que en el pasado también recurrió a las prácticas que ahora cuestiona.

Ni la ley de los secretos oficiales, ni la reforma de la justicia, ni una descentralización real y efectiva de los poderes públicos están en la agenda del presidente, que no parece que vaya a ir más allá de las declaraciones públicas que ha expuesto en los últimos días. Tampoco en Navarra, donde la presidenta del Gobierno, María Chivite, ha aprovechado la coyuntura para coger la bandera de la regeneración política, limitándola a una reunión institucional con el presidente del Parlamento para pedir al resto de partidos que rebajen la crispación y el tono del debate. Poco bagaje para cinco días de misterio.

Sánchez y el miedo a Vox

Una de las mayores virtudes de Pedro Sánchez desde que volvió a la secretaría general del PSOE ha sido visualizar que un Gobierno del PP con la extrema derecha es una posibilidad real. Lo escenificó en mayo con el adelanto electoral y lo ha vuelto a hacer ahora con su periodo de reflexión personal. Cinco días de silencio y la sobreactuación del PP y sus satélites mediáticos han sido suficientes para cambiar el marco de debate.

Sin embargo, a falta de medidas concretas, la actuación de Sánchez se ha centrado en buscar la polarización con la derecha con las elecciones catalanas y europeas a la vuelta de la esquina. Voluntariamente o no, su continuidad marca la campaña y apunta directamente a la base social de sus aliados, que ya han empezado a marcar distancias y a elevar sus exigencias para defender su propio espacio electoral. Y es precisamente ahí donde reside la mayor debilidad del Gobierno, que sigue sin presupuestos y con una mayoría precaria pendiente del resultado en Catalunya.

La concentración del pasado fin de semana en Ferraz y el baño de masas de estos días en Catalunya invitan a pensar que la apuesta se ha saldado con éxito. Sin embargo, deja también algunos daños colaterales. De entrada en el PSOE, que ha comprobado los riesgos que implica el hiperliderazgo de su secretario general, que con su continuidad ha cerrado de raíz cualquier debate sucesorio.

Es posible que Sánchez salga reforzado de la operación, escenificada con una visita al rey y gestionada con silencio absoluto para ganar expectación.

Pero el presidente ha puesto en juego también su propia credibilidad y corre el riesgo de que, como en el cuento de Pedro del Lobo, la próxima vez ni sus socios ni sus votantes vengan en su auxilio.