Hay diferentes maneras de calibrar el retorno de la inversión social. Y distintas formas de corresponder a la ayuda inestimable que se recibe en momentos delicados de la vida. La nigeriana Patricia Ozavize, de 47 años, ha encontrado su propia fórmula como voluntaria de Cruz Roja, entidad que le ha brindado su apoyo durante su incierto periplo migratorio.

“Llegué a Madrid en 2009, sin saber el idioma, sin saber nada”. Cuenta la mujer que pasó por Burgos, después por Araba, hasta que asentó su proyecto de vida en Donostia hace casi una década. Lo hizo junto a su marido y sus dos hijos, Faith Toluwalase, de 10 años, y Victor Oluwatobiloba, de siete. El pequeño -que estudia en un aula de Educación Especial de Gautena en Intxaurrondo ikastola- vino al mundo en el Hospital Donostia. La mayor nació en Miranda de Ebro. “Son dos chavales que están creciendo sanos gracias a la ayuda que hemos recibido, y sentía la necesidad de corresponder de alguna manera”, confiesa Ozavize.

Acto seguido, muestra su carné de voluntaria de Cruz Roja. La nigeriana lleva más de un mes descolgando el teléfono para agradecer a los socios de la entidad su colaboración. Se muestra sorprendida por la larga tradición solidaria de tantas familias guipuzcoanas. “Hay quienes llevan 25 o 30 años colaborando económicamente para que pueda funcionar la organización”, dice la africana.

Ha llegado a conocer el “caso curioso” de una familia de Pasaia en la que padres, abuelos y tres nietos –“la más pequeña de siete años”- son socios de la entidad. “La verdad es que me gusta la manera de ser de la gente de aquí, la siento muy hospitalaria”. Y dice que las conversaciones telefónicas no son un frío trámite. Durante esas llamadas de gratitud muestra su preocupación por la situación en la que se encuentran los socios y socias. “Hay personas que se encuentran solas, y que aprovechan esos momentos para contarte sus circunstancias de vida”, expone la nigeriana.

Esta vecina del barrio donostiarra de Intxaurrondo es una mujer de semblante risueño que, no obstante, se torna más serio cuando se le pregunta por el motivo de su proyecto migratorio. “Prefiero no hablar de la situación de mi país. Las cosas están mal, muy mal”, confiesa. Piensa entonces en sus hermanos, en su madre, y en sus amigos. Con todos ellos ha mantenido contacto a través de viodellamadas estos años atrás. “Todos se están marchando a otros países porque las cosas están cada vez peor”, lamenta.

Diez años del secuestro

Patricia no quiere hablar más sobre un país que atraviesa una compleja situación política. El domingo pasado se cumplieron diez años del secuestro de 276 niñas en la escuela secundaria de Chibok, en el estado de Borno. Desde entonces, Amnistía Internacional ha documentado al menos 17 casos de secuestros masivos en los que un mínimo de 1.700 niños y niñas han sido secuestrados en sus escuelas por hombres armados y llevados a la selva, donde, en muchos casos, han sido objeto de graves abusos, incluida la violación.

“Es escandaloso que, en los 10 años transcurridos desde el secuestro, las autoridades nigerianas no hayan aprendido nada ni hayan tomado medidas efectivas para impedir los ataques contra las escuelas. El número de secuestros que han tenido lugar desde 2014, incluso en fecha tan reciente como el mes pasado, y el hecho de que cientos de niños y niñas continúen bajo la custodia de hombres armados, demuestra la falta de voluntad política por parte de las autoridades para abordar el problema”, afirma Isa Sanusi, director de Amnistía Internacional Nigeria.

En Donostia, a más de 5.000 kilómetros de distancia, Faith Toluwalase, la hija de Patricia, disfruta de los entrenamientos de atletismo con la Real Sociedad. Su hermano también lleva una vida apacible. Sus padres no tienen ninguna intención de regresar a su país. Están pendientes de renovar el permiso de residencia. “Cuando regularice mi situación me gustaría dar clases de inglés en una academia”, cuenta la nigeriana, que busca en una carpeta su titulación al respecto.

Se adivina su deseo de aportar su granito de arena para enriquecer a la sociedad guipuzcoana. Se ha formado en diferentes talleres. En una de sus titulaciones, que muestra con orgullo, puede leerse: promoción de habilidades que faciliten la integración social. Hay otro sobre proceso migratorio, duelo y oportunidad, algo que ella sigue buscando.

Cuenta que tiene previsto continuar con su labor como voluntaria en Cruz Roja. A partir de ahora echará una mano en la venta de boletos para el Sorteo de Oro, que se celebrará a mediados de julio. Se trata de una iniciativa que supone una importante fuente de financiación para la organización humanitaria, pero que es mucho más que una búsqueda de recursos. Permite visibilizar la labor que hacen personas que cada día se esfuerzan por llevar la visión del mundo de Cruz Roja un poco más lejos. Patricia es una de ellas. “Es mi manera de contribuir tras la ayuda que me han prestado”, sonríe.